La alarma falló.
El Transantiago más que oruga, parecía caracol.
En la Plaza de Maipú, Santiago Bueras escaló el Monte Tabor.
Y allí se quedó, esperando a San Pablo para hacer la combinación.
Con Manuel Montt nunca se encontró; plantado lo dejó.
"Una clase menos de Introducción", pensó.
El organismo le pedía a gritos un baño y la Estación Central parecía la única solución.
Todo parecía un complot.
Llamó a todas las personas que podían venir en su salvación, pero parecía un complot.
Así que en el patio de comidas, sin comida, resignada se sentó.
"Ah... todo esto fue un complot planeado por la Economía para ponerme a su disposición."
El libro abrió, pero la Curva de Philips fue su mayor perdición.
Y sus neuronas jamás pudo conectar a ese algo llamado inflación.
Ni hablar de las niñas que en la mesa de al lado hablaban de una tal señora llamada Ecuación.
¡Ay de mí! ¡Cuántos signos de interrogación!
Parecía un complot.
Y algo remece su corazón.
De improviso, el más famoso poeta a su lado toma asiento.
"Es un complot; lo he planificado todo el tiempo. Muevo el mundo para estar a solas contigo tan solo un momento."
Ahora lo entiendo, sucedió de repente.
Inexplicablemente, su voz me inspira un verso, algo como:
"La alarma falló. El Transantiago mas que oruga, parecía caracol..."