Cierto día pensaba en la presencia de Dios, es presencia que es a veces tan ambigua e impalpable, que preferí pensar mejor en la ausencia de Dios; sonaba más real, más fácil de llevar para mi mente finita y egoísta, por cierto, pues cuestionar la presencia de Dios parece parte de lo normal, ¿y qué hay de Dios? ¿Siente acaso Él mi presencia? Preguntándome ahora esto, escribí:
Cúrame del vacío y de la nostalgia de Ti,
De tu esencia, de tu figura en mí.
Cúrame de la ausencia del Cielo en mi jardín,
De la soledad de estar rodeada de gente, pero sin Ti.
Cúrame de lo efímero,
La eternidad me sabe a muerte, sin Tu risa allí.
Cúrame del vacío, del vacío de Ti.
Porque me faltas, me faltas, me falta,
Que mi ser y el Tuyo, uno sean.
Me faltan Tus ojos incesantes,
Aquellos que recorren todo el día el planeta buscando a alguien a quien conquistar.
Me falta Tu boca creativa,
Esa que susurra lo que hoy no es, pero será.
Y justo cuando me voy a perder buscando el lugar llamado hogar,
Me percato de que está a todo mi alrededor.
El Amante grita su pasión cuando saca el Sol,
Me recuerda al Rey que se convirtió en mendigo por amor.
Y ahora cúrame.
Cúrame de mí.
A mí, que destilo inconsciencia de Ti.
Desnudo mi alma para que me sientas, tal y como soy,
Para encontrar el mayor Cielo en nuestra habitación.
Amanece entonces, este es mi hoy.
Despierto en Tu calma, y en la paz que arruina toda razón.
Me suelto el cabello y me muestro como soy,
Dando mi ser entero al que tanto me amó... que se hizo como yo.
Me di cuenta que los sentimientos no constituyen en absoluto la presencia de Dios, que mientras respiramos alguien vivir para interceder siempre por nosotros, tan infinitamente superior que decide empequeñecerse para danzar en un corazón. Los pasos de baile de Jesús generan bastante ruido al principio, pero es solo cuestión de prestar atención: Él compone una hermosa melodía. Entendemos que cuando más quema, es porque estamos por amanecer; no lo podemos evitar, siempre acabamos bailando con Él.
Hoy sigo yendo a la plaza de siempre, pero ya nunca más fui sola. El par de zapatillas rojas y las sandalias reposan en el césped, ríen como buenos amigos que aún tienen eternidades por vivir. Yo siento su presencia y Él... la mía. Me toma la mano y vamos a casa; juntos tenemos que seguir creando el mundo.